Dando forma a nuestros deseos: cómo ponernos objetivos que realmente podamos alcanzar
Los objetivos o metas son algo que ambicionamos conseguir en un plazo de tiempo más o menos estimado. El hecho de marcarnos metas en las distintas áreas de nuestra vida nos permite adquirir más control sobre ésta y mantenernos al mando sin andar a la deriva a expensas del imprevisible devenir de los acontecimientos.
Asumo que “ponernos objetivos” es algo que todos hacemos en mayor o menor medida e, igualmente, que a muchos no nos resulta ajena esa sensación de frustración (a veces constante) por no ser capaz de llegar a destino.
Muchas personas entienden esta falta de éxito como el resultado de circunstancias poco favorables, insalvables obstáculos que se interponen en su camino, falta de tiempo, dinero, recursos o incluso la mala suerte o el mal hacer de los demás.
Sin embargo, y sin apartar la vista de los factores externos que puedan dificultar su consecución y que casi invariablemente van a estar presentes en cada una de nuestros cometidos, lo cierto es que a menudo pecamos de echar “balones fuera” y nos relajamos en el ejercicio de concretar exactamente qué es lo que queremos y qué vamos a hacer para conseguirlo.
Reformulo, por tanto, un párrafo anterior. No todos nos “ponemos objetivos”; tenemos sueños, deseos y propósitos en nuestra vida, pero pocas veces transitamos del concepto al hecho; raramente dedicamos el tiempo y el esfuerzo suficientes para formular de manera práctica algo tan volátil y abstracto como nuestros deseos. Y es que no es tanto el contenido de éstos sino la manera en que los formulamos y definimos lo que nos asegura un buen comienzo.
Lo que realmente marca la diferencia entre un objetivo alcanzable y un mero deseo o ilusión es la operatividad.
Operativizar los objetivos
Formular objetivos de manera operativa significa hacerlos manejables para poder trabajar con ellos, bajarlos de las nubes para ponerlos sobre el suelo.
Para lograr esto, es necesario tener en cuenta lo siguiente:
- Los objetivos deben formularse en positivo. Esto implica hacer un esfuerzo consciente por determinar qué es exactamente lo que queremos y no sólo lo que no deseamos o pretendemos superar o evitar. Por ejemplo, es más práctico plantear ‘ser más asertivo al comunicarme con mis compañeros de trabajo’ que ‘no contestar mal cuando me siento presionado en la oficina’. Un objetivo planteado en negativo apenas nos da información sobre lo que tenemos que hacer, tan sólo nos habla de lo que hay que evitar; sin embargo, un objetivo formulado en positivo nos marca la dirección a seguir.
- La meta u objetivo debe ser lo más específico posible. Hemos de hacer el intento de visualizar el resultado en todas sus dimensiones para concretar qué queremos conseguir y también en qué áreas, en qué medida, bajo qué circunstancias, de qué manera…. Sirva de ejemplo la práctica de ejercicio físico. Querer estar más en forma es sin duda un objetivo muy loable, sin embargo, adolece de especificidad y, por tanto, de operatividad. Con el fin de ser más pragmáticos, resultaría más acertado especificar qué tipo de actividad física queremos realizar, con qué frecuencia o, qué peso queremos alcanzar en determinado plazo, entre otros.
- El objetivo debe ser medible, lo cual requiere que establezcamos los criterios bajo los cuales se va a valorar tanto si se ha alcanzado la meta como si se va por buen camino. Estos criterios se fundamentarán en la presencia de indicadores claros o pruebas accesibles para la persona que se plantea el objetivo. Por ejemplo, en la pérdida de peso, los kilos mensuales rebajados pueden ser un indicador bastante fiable del progreso. Para establecer criterios de medición, puede resultarte útil plantearte estas dos preguntas clave: ¿cómo sabrás que estás avanzando? Y ¿cómo sabrás que lo has conseguido?
- Es importante que el objetivo sea operativo, pero de nada sirve si no es alcanzable, lo cual implica que, en todo caso, debe estar bajo nuestra área de control o responsabilidad. Si no depende de nosotros, no es un objetivo realista. A menudo surge la frustración cuando pretendemos que los demás cambien, que las circunstancias sean distintas, que se produzca un cambio externo…, y es que esto no es más que una utopía construida sobre la base de un control que no poseemos. Querer controlar algo sobre lo que no tenemos poder es un inútil propósito. Bien es cierto que gran parte de las situaciones no están determinadas por un único factor, por lo tanto, es necesario preguntarse en estos casos: ¿qué parte depende de mí?, ¿qué es lo que yo puedo hacer para favorecer el cambio?
- El objetivo, además, ha de proyectarse ante nosotros como algo relevante y esto se traduce en motivación y reto. Un objetivo que “nos mueva” verdaderamente y que se encuentre en el equilibrio entre exigir un esfuerzo razonable y ofrecer posibilidades reales de éxito.
- Por último, resulta esencial que el objetivo se enmarque dentro de unos límites temporales concretos, tanto en lo referente a su consecución, como a los momentos de medición y seguimiento. Por lo tanto, las preguntas a las que hemos de dar respuesta incluyen: ¿cuándo quiero lograrlo? ¿Cuándo comenzaré? ¿Cuándo controlaré los avances?, entre otras.
¿Qué condiciones facilitan la consecución de objetivos?
Se puede facilitar la consecución de objetivos operativos si atendemos a las siguientes indicaciones:
- Que sea importante para ti, más que para otra persona. Esto significa que debe ser un objetivo propio que quieras realmente, que tengas buenas razones que te muevan a buscarlo y mantenerlo. Debes ser tú quien realmente quiera lo que estás persiguiendo, y no tanto que sea la intención de otra persona.
- Cuando hablamos de objetivos importantes es recomendable que estén basados y alineados con tus valores personales. No hay nada de malo en perseguir un objetivo pragmático, sin embargo, es más probable comprometerse con una meta enraizada en nuestros valores centrales, en lo que realmente nos importa, (y esto se hace notar especialmente cuando las cosas se ponen difíciles). Es totalmente aceptable que quieras mejorar tu organización con las tareas de la casa, pero si, además, lo haces porque es importante para ti pasar más tiempo en familia, tu meta tendrá más sentido.
- Que esté motivado intrínsecamente. Esto quiere decir que la energía que nos mueve viene de nosotros mismos y pretende satisfacer deseos no materiales (como la autorrealización o el mismo disfrute con la tarea), más que de incentivos externos más cercanos a la recompensa material o a los premios. Ten en cuenta que, en la búsqueda de tu objetivo tendrás que enfrentarte a tareas no del todo agradables. Cuantos más méritos intrínsecos tengan estas tareas para ti, más probable es que las realices y, por lo tanto, más probabilidades tendrás de lograr tu meta.
- Que estés dispuesto a integrar tu objetivo en tu vida, esto es, que puedas y quieras dedicar el tiempo suficiente a perseguirlo, que tengas acceso inmediato a los recursos que necesitas para ello y que no entre en contradicción o choque con otras prioridades de tu vida.
- Que estés dispuesto a hacer algunos sacrificios para conseguirlo. Perseguir un objetivo generalmente implica hacer sacrificios y, si estás preparado para hacer estos sacrificios, es más probable que logres lo que te propones, de lo contrario, es mejor que busques otra meta.
Unas últimas recomendaciones
En su libro Coaching: el método para mejorar el rendimiento de las personas, John Whitmore, uno de los principales impulsores del coaching, nos habla de dos tipos de metas: metas de resultado y metas de rendimiento. Las primeras reflejan el resultado final deseado. Son las grandes metas que guían todo el proceso y sirven de inspiración y motivación, aunque raramente están bajo el control absoluto de la persona. Es importante por ello, siempre que sea posible, marcar varias metas intermedias más pequeñas: las metas de proceso, que contemplan los esfuerzos que se han de realizar en el día a día en aras de alcanzar el resultado final. Son objetivos ligados al rendimiento que se considera necesario para llegar a la gran meta, nos indican qué hay que hacer, dependen en gran medida de nosotros y nos permiten ir evaluando los progresos. Resulta, además, más fácil comprometerse con ellos, puesto que están bajo nuestro control y son una fuente de reforzamiento a corto y medio plazo, lo cual favorece la motivación para continuar hasta el final.
Para ilustrar esto, volvamos de nuevo al caso anterior de ponerse en forma. Pongamos como fin pesar 80 kilos en vez de 90 de aquí a tres meses. Esta sería la meta de resultado, pero para llegar hasta ahí hemos de marcar pasos intermedios que estén bajo nuestro control y maximicen la probabilidad de alcanzar el resultado final. Por ejemplo: comenzar esta semana saliendo a correr 30 minutos diarios. También resultará útil limitar el aporte calórico en la dieta y aumentar el consumo de verduras y alimentos frescos, por lo que se podría establecer como objetivo eliminar la bollería industrial y consumir tres piezas de fruta todos los días. Estos serían hitos de rendimiento, lo que tenemos que hacer y en qué medida para conseguir reducir el peso corporal.
Por último, Whitmore también afirma que las metas que se basan en la realidad presente pueden, en ocasiones, resultar negativas. Esto ocurre porque se encuentran limitadas por el rendimiento pasado y producen incrementos menores que los potencialmente posibles. Y es que a menudo, la gente se marca objetivos en función de lo que han logrado antes, pero no de lo que son capaces de lograr en el futuro. No obstante, las metas que se establecen a partir de la valoración de la situación ideal a largo plazo y fijando pasos intermedios realistas y alcanzables suelen ser mucho más inspiradoras, motivantes y creativas.
Referencias:
Dryden, W. (2017). Very Brief Cognitive Behavioural Coaching (VBCBC). New York: Routledge
Whitmore, J. (2011). Coaching: el método para mejorar el rendimiento de las personas. Barcelona: Paidós.